miércoles, 10 de junio de 2009

En todo momento se abre ante nosotros una serie de decisiones, y opciones entre las que elegir, pero esas elecciones están dictadas, incluso casi programadas, por un sistema de creencias inconsciente, que, como los antivirus de los ordenadores, debe ser actualizado cada día, porque las creencias en el cerebro funcionan igual que un virus en el ordenador o un virus en un organismo vivo: buscan la perpetuación de su información (sean bytes o cadenas de nucleótidos) sea como sea, incluso a expensas de arruinar el funcionamiento del organismo o aparato que le sirve de soporte y de "fotocopiadora" de su material "informativo" (sean bytes, o bien cadenas, tanto lineales como apareadas, de ADN o ARN).

Estos datos abren toda una serie de dudas e ideas, pero una en especial me llama la atención...¿qué pasa cuando no se actualizan las propias creencias? Como respuesta a esa pregunta, invito a toda persona que lea este blog, a que lea un cuento muy interesante y que me abrió los ojos al respecto, de Jorge Bucay, en el libro "Déjame que te cuente", se llama "El elefante encadenado".

Además, en ese cuento, se responde a otra pregunta semejante a la anterior...¿Qué ocurre cuando se deja mucho tiempo sin revisar una creencia? Que se convierte en un dogma de fe, en una creencia que ha cristalizado y limita el marco de opciones que una persona "ve" a su alcance. Es decir, que la persona puede tener miles de millones de opciones, pero sólo verá aquellas que su creencia le permitirá ver. Interesante, ¿no? Ésto convierte la famosa frase "Creo, porque veo" en otra, que, aunque increíble, no es menos cierta "Veo, porque creo". Las creencias limitan el propio mapa de la realidad y la percepción de las propias opciones y recursos al alcance, y esas creencias son las que nos marcan las líneas que no debemos pasar, o bien las disimulan, ya que se traducen en la elaboración propia e interiorización de diferentes valores y normas, que son las que, en definitiva, nos llevan a tomar las decisiones que tomamos.

Son muchas, muchísimas, las líneas que nos marcamos, líneas que decidimos no cruzar, de forma consciente o inconsciente, unas nos liberan, otras nos limitan, unas amplían nuestras opciones, otras las reducen, al principio de forma suave, imperceptible, para que nuestros sentidos, siempre alerta, no detecten el peligro implícito, y luego de forma más y más evidente y descarada, conforme la creencia que sustenta se va "afirmando" o convirtiendo en una "profecía autocumplida".

En esta ocasión, quiero plantear, como quien piensa en voz alta, una pregunta, una pequeña reflexión. ¿Dónde termina la autosuperación y comienza la no aceptación de uno mismo? Ahora mismo me vienen a la mente algunos de mis defectos, que no son pocos, como tampoco mis virtudes, y pienso en uno, me concentro en uno de ellos. Pienso...¿qué hago? ¿Superarme a mí mismo y convertir ese "defecto" en una virtud? Si lo hago, una parte de mi ser, aunque no sea buena, o yo no la vea como buena en mi situación actual, porque solo me reporta resultados negativos, está desapareciendo; estoy renunciando a una parte de mí que no acepto, que me niego a aceptar. ¿Dónde está la delgada línea que separa la superación personal y la aceptación de uno mismo? O aún mejor, ¿Están ambas opciones a ambos lados de una línea, o es solo una percepción mía algo distorsionada? En teoría, deberían estar al mismo lado de la misma línea;es más, lo lógico sería que la autosuperación acabe conduciendo a la autoaceptación...entonces, ¿dónde está el problema? Está en una sencilla pregunta…¿Por qué/quién estoy haciendo…? Si la persona por la que lo estoy haciendo soy yo, o para conseguir algún fin que redunde, directa o indirectamente en mi bienestar, estamos hablando de autosuperación. Pero cuando, haciendo un esfuerzo sincero, desvelamos las bellas máscaras con que cubrimos nuestras decisiones, revelando las verdaderas intenciones que las motivaban, vemos que aquello que hacemos no está enfocado en nosotros, sino en gustar a otra persona, aunque el precio a pagar sea anular o hacer desaparecer una parte de nuestro ser…la respuesta es clara: no solo nos estamos engañando (que no es poco) sino que nos hemos traicionado a nosotros mismos, y, sobre todo, nos revela que hay un problema de autoaceptación, por ende, de autoestima.

Una muy delgada línea

En todo momento se abre ante nosotros una serie de decisiones, y opciones entre las que elegir, pero esas elecciones están dictadas, incluso casi programadas, por un sistema de creencias inconsciente, que, como los antivirus de los ordenadores, debe ser actualizado cada día, porque las creencias en el cerebro funcionan igual que un virus en el ordenador o un virus en un organismo vivo: buscan la perpetuación de su información (sean bytes o cadenas de nucleótidos) sea como sea, incluso a expensas de arruinar el funcionamiento del organismo o aparato que le sirve de soporte y de "fotocopiadora" de su material "informativo" (sean bytes, o bien cadenas, tanto lineales como apareadas, de ADN o ARN).

Estos datos abren toda una serie de dudas e ideas, pero una en especial me llama la atención...¿qué pasa cuando no se actualizan las propias creencias? Como respuesta a esa pregunta, invito a toda persona que lea este blog, a que lea un cuento muy interesante y que me abrió los ojos al respecto, de Jorge Bucay, en el libro "Déjame que te cuente", se llama "El elefante encadenado".

Además, en ese cuento, se responde a otra pregunta semejante a la anterior...¿Qué ocurre cuando se deja mucho tiempo sin revisar una creencia? Que se convierte en un dogma de fe, en una creencia que ha cristalizado y limita el marco de opciones que una persona "ve" a su alcance. Es decir, que la persona puede tener miles de millones de opciones, pero sólo verá aquellas que su creencia le permitirá ver. Interesante, ¿no? Ésto convierte la famosa frase "Creo, porque veo" en otra, que, aunque increíble, no es menos cierta "Veo, porque creo". Las creencias limitan el propio mapa de la realidad y la percepción de las propias opciones y recursos al alcance, y esas creencias son las que nos marcan las líneas que no debemos pasar, o bien las disimulan, ya que se traducen en la elaboración propia e interiorización de diferentes valores y normas, que son las que, en definitiva, nos llevan a tomar las decisiones que tomamos.

Son muchas, muchísimas, las líneas que nos marcamos, líneas que decidimos no cruzar, de forma consciente o inconsciente, unas nos liberan, otras nos limitan, unas amplían nuestras opciones, otras las reducen, al principio de forma suave, imperceptible, para que nuestros sentidos, siempre alerta, no detecten el peligro implícito, y luego de forma más y más evidente y descarada, conforme la creencia que sustenta se va "afirmando" o convirtiendo en una "profecía autocumplida".

En esta ocasión, quiero plantear, como quien piensa en voz alta, una pregunta, una pequeña reflexión. ¿Dónde termina la autosuperación y comienza la no aceptación de uno mismo? Ahora mismo me vienen a la mente algunos de mis defectos, que no son pocos, como tampoco mis virtudes, y pienso en uno, me concentro en uno de ellos. Pienso...¿qué hago? ¿Superarme a mí mismo y convertir ese "defecto" en una virtud? Si lo hago, una parte de mi ser, aunque no sea buena, o yo no la vea como buena en mi situación actual, porque solo me reporta resultados negativos, está desapareciendo; estoy renunciando a una parte de mí que no acepto, que me niego a aceptar. ¿Dónde está la delgada línea que separa la superación personal y la aceptación de uno mismo? O aún mejor, ¿Están ambas opciones a ambos lados de una línea, o es solo una percepción mía algo distorsionada? En teoría, deberían estar al mismo lado de la misma línea;es más, lo lógico sería que la autosuperación acabe conduciendo a la autoaceptación...entonces, ¿dónde está el problema? Está en una sencilla pregunta…¿Por qué/quién estoy haciendo…? Si la persona por la que lo estoy haciendo soy yo, o para conseguir algún fin que redunde, directa o indirectamente en mi bienestar, estamos hablando de autosuperación. Pero cuando, haciendo un esfuerzo sincero, desvelamos las bellas máscaras con que cubrimos nuestras decisiones, revelando las verdaderas intenciones que las motivaban, vemos que aquello que hacemos no está enfocado en nosotros, sino en gustar a otra persona, aunque el precio a pagar sea anular o hacer desaparecer una parte de nuestro ser…la respuesta es clara: no solo nos estamos engañando (que no es poco) sino que nos hemos traicionado a nosotros mismos, y, sobre todo, nos revela que hay un problema de autoaceptación, por ende, de autoestima.