lunes, 17 de agosto de 2009

“Érase una vez un tren”, por GUSTAVO EALSSÄR M.P.

Dedicado a Arminda

Diego era un joven prometedor. Terminó la carrera año por año y se licenció entre los 3 primeros en su promoción en julio, pero el fin de su carrera sería el comienzo de su pesadilla. El primer vagón del tren apareció resplandeciente cuando tuvo que poner fin a su primera y hasta entonces única y tormentosa relación tras tres años de vaivenes y desavenencias, de desencuentros por ambas partes.

El primer vagón era de color negro, apagado o mate, sólido, con una caldera potente que echaba fuertes vaharadas de humo, al estilo de las clásicas locomotoras.

Tuvo que afrontar un siguiente año de duelo plagado de sinsabores que solo eran compensados por el apoyo de los pocos amigos que aún le quedaban (¡Cuan oportuna es una crisis para abrir a uno los ojos y ver quiénes son los amigos de verdad!) y de un trabajo temporal como profesor particular, mientras que buscaba trabajo por todos lados, hasta debajo de las piedras, y veía que, una tras otra, todas las puertas se le cerraban, a veces suavemente, y otras veces con un estampido, en las narices.

Por cada puerta que se le iba cerrando en las narices, tanto en el trabajo como en el amor, un vagón, negro y lleno de indeseables pasajeros (pensamientos negativistas, creencias catastrofistas, etc.) se iba añadiendo al primer vagón, creando un tren inmenso, color negro mate, que cada vez iba cogiendo más y más velocidad.

Pero Diego no se daba por vencido. Consciente de sus defectos, aunque exigente consigo mismo hasta extremos insospechables, sacaba fuerzas de la flaqueza, y con entereza cogía el toro por los cuernos. Alguna lágrima derramada por el camino, y vuelta a empezar, se volvía a levantar y seguía luchando, ahora con renovadas fuerzas, mientras que los días pasaban. Los días se transformaban en semanas, las semanas en meses y los meses en años, mientras que parecía que nada cambiaba, y el tren, más largo que nunca, iba cogiendo más y más vagones, más y más pasajeros indeseables, más y más velocidad.
Pero de repente algo cambió…apareció una aguja que desvió parte de los vagones. Una decisión arriesgada le llevó a un trabajo mucho mejor que el que tenía, y éste trabajo a otro, y a otro, y, tímidamente al principio, y luego de forma más descarada, la vida le abría las puertas. Pero el tren llevaba tal cargamento y velocidad, que era muchas veces imposible darse cuenta a tiempo del cambio de aguja, de la desviación/decisión que debía tomar, y por cada error que cometía, llegaba a un nuevo andén donde se le añadía un nuevo vagón, con nuevos y desagradables pasajeros.: miedos, desesperación, etc.

Diego es un experto en aprender, siempre está aprendiendo cosas nuevas, y cuando el dolor es el maestro, se aprende más rápido, por lo cual aprendió rápido a reaccionar antes de cada cambio de aguja, de modo que fue conduciendo cada vez con más frecuencia al tren hacia andenes donde ir dejando cada uno de los vagones, y en cada parada la velocidad del tren iba disminuyendo más y más.

La vida le estaba dando a Diego una segunda oportunidad. Y al fin Diego se sentía en paz consigo mismo. Un día, por accidente, encontró una aguja especial, que le llevó a un andén de color rosa. En el cartel se podía leer.
ENHORABUENA. HAS LLEGADO AL ANDÉN DE LA “VISIÓN POSITIVA”. PASA POR TAQUILLA Y SE TE DARÁ UN REGALO.

Curioso y desconfiado, Diego se apea del tren y se acerca a la taquilla. Enseña su carné de identidad y se le entrega un paquete cilíndrico envuelto en un papel de regalo de color rosa. En su interior, hay un cilindro metálico de color bronce. Tiene una tapa de rosca. La abre. Dentro hay un pergamino muy antiguo. Lo saca, lo desenrolla y lo lee.


“A quien pueda interesar. Si estás aquí, significa que estás cansado de tu tren. Este es un mensaje de esperanza y a la vez un permiso de carga. Con este permiso, podrás cargar cuantos vagones de color rosa se te antoje. Pero antes tienes que ir eliminando uno a uno todos los vagones negros que tienes, salvo la locomotora. Cuando solo te quede la locomotora, enseña este pergamino en cualquier andén y ponte en contacto con el jefe para que te explique qué hacer con dicha locomotora”.


Y así, Diego se puso en marcha. Ahora tenía una misión: ir deshaciéndose de cada uno de los vagones, así como del pasaje que lleva. Aunque después de esa experiencia se equivocó alguna que otra vez y añadió unos pocos vagones más, su firme propósito y su voluntad, le permitieron deshacerse en menos de 2 años de los vagones restantes.
De nuevo en el andén donde recibió el pergamino, al que llegó por casualidad tras entregar el penúltimo vagón (podía enseñar el pergamino en cualquier andén), se bajó de la locomotora, pidiendo ver al jefe de la estación. Le encontró sonriente, con los brazos cruzados detrás del cuello.
- Te esperaba, Diego. Y me alegra que hayas venido tan pronto. Me ha conmovido tu tesón y perseverancia, tu férrea voluntad incluso bajo situaciones muy duras, te admiro porque, incluso en esas condiciones, tu locomotora ya no añadía tantos vagones como antes, e incluso aprendiste a deshacerte de ellos.
- Tengo un par de preguntas que hacerle - Pregunta Diego, educadamente a pesar de su agotamiento – En primer lugar, ¿quién es usted y de qué me conoce? ¿En segundo lugar, qué debo hacer con el vagón que resta?
- Sé que tienes muchas preguntas, pero tuya, es, también la única respuesta, respondió el jefe de máquinas con una sonrisa en la boca, de oreja a oreja, mientras ponía los pies sobre la mesa de su despacho. ¿Quién crees que soy?
- ¿El jefe de máquinas?
- Frío, frío
- ¿El dueño de la empresa?
- Bueno, ya te vas calentando un poquito.
- Bueno, me rindo…
- ¿Seguro que te rindes?
- Sí
- Lo dudo. ¿No quieres intentarlo de nuevo?
Iba a decir que no estaba para jueguecitos de este tipo y que ya había perdido tiempo más que suficiente, que quería la respuesta ya o se iría y ya buscaría cómo y dónde deshacerse del maldito vagón que le quedaba…
- Mala idea…
- ¿Qué idea? ¿A qué te refieres?
- No puedes deshacerte del vagón, no sin pagar un muy alto precio…
- ¿Cuál?
- Tu propia vida.
- ¿Por qué?
- Porque ese vagón es tu voluntad, y la caldera es tu corazón.
- Y entonces tú…
- Sí
- No puede ser.
- Soy tú. Al menos la parte de ti mismo con la que años atrás interrumpiste el contacto. Llámalo alma, espíritu, quintaesencia, etc. Pero soy tú. Y estoy muy orgulloso de que, pese a los múltiples obstáculos que has tenido, hayas aprendido a deshacerte de toda esa carga del pasado, de todos esos pasajeros indeseados: creencias limitantes , pensamientos distorsionados, miedos, ansiedades, etc. La vida no te lo ha puesto nada fácil, ambos lo sabemos. Cuanto más negativo es uno, más le dan la espalda los demás, más solo se ve, y más y más negativo se vuelve, reforzando el círculo vicioso hasta niveles altamente tóxicos e intolerables. Pero tu voluntad ha obrado el milagro y te ha puesto aquí, donde estás. Ah…y mira por la ventana…
- N-no, no puede ser, es imposible…
- Pues sí. Es posible. La fuerza de voluntad puede obrar todos los milagros que necesitas.

Ante sus ojos, el vagón se convirtió en un caballete, con un lienzo en blanco y un maletín abierto en el suelo, repleto de óleos, acuarelas, etc. Y una paleta de pintor.

- Y todo esto…¿para qué?
- Para comenzar, Diego. Te has caído y te has levantado. Tú mismo te añadiste gratuitamente cada uno de esos vagones, y por cada vagón que añadías, más probabilidad había de que añadieras otro, y otro, y otro, llevado por las lamentaciones, el victimismo, etc….parecía que no tenías salvación…
- Pero apareciste tú y me diste este pergamino…
- ¿Es que acaso pensabas que te iba a dejar ahogar en el agujero negro en que te ibas a meter de cabeza? Yo soy la muestra de que dentro de ti hay mucho más de lo que crees, aunque no lo veas ni seas capaz de valorarlo en su justa medida. Si lo hicieras, muchos de tus males actuales desaparecerían…sólo necesitabas un pequeño empujón, una pequeña esperanza, pero te lo merecías sobrada mente, este pequeño gesto mío es algo minúsculo en comparación con el esfuerzo titánico que has hecho.
- ¿Cómo cuáles, por ejemplo? , preguntó Diego curioso.
- ¿Cuáles qué…?
- Te preguntaba que cuáles de esos males actuales desaparecerían, porque lo pintas muy fácil…y quiero creerte, pero..

- Mantén tu pensamiento positivo, o volverá a aparecer el tren de negro, jajajaja. Cuando te dije lo de los males, me refería, por ejemplo a la asertividad, o mejor dicho, a la falta de ella; siendo consciente de tu verdadero potencial y de tu valía, no tolerarás situaciones que no te aporten nada positivo, ni abusos, engaños o mentiras, siendo capaz de ponerles freno de forma firme y elegante a la vez.
- Ya, pero…
- Sí, esto es solo una muestra, un comienzo. Cada día se te dará un lienzo en blanco nuevo y algo de material, y tienes la oportunidad de pintar tu vida, de dibujar lo que quieres que te suceda. Aquello que imagines, ocurrirá. Porque cada día es un lienzo en blanco.
- No me lo creo…
- Entiendo tus dudas, pero ponme a prueba…
- De acuerdo – dice Diego, mientras sale del despacho y luego baja los escalones. Va hacia donde está el lienzo. Ahora ya no está en ningún andén, sino en medio de un jardín inmenso, y en donde antes había un edificio de oficinas, hay un hermoso e inmenso castillo medieval bien conservado pese a los siglos…Diego se vuelve para atrás al llegar al lienzo y se queda boquiabierto al darse cuenta del cambio de escenario…pero se concentra en el lienzo. Algo, un ímpetu repentino y muy intenso le empuja a dibujar…y, aunque los trazos parecen sucederse sin orden ni concierto, al final el dibujo toma forma. Ve al “jefe de máquinas” acercarse y le enseña el lienzo. El “jefe de máquinas” se ríe a carcajadas, y contagia a Diego.


El dibujo del lienzo es un tren de color rosa, con miles de vagones, que, en su recorrido, dibuja diferentes letras, componiendo el siguiente mensaje…”Érase una vez un tren”.